Por una gracia muy especial me encuentro como único hermano miembro de pleno derecho en el Sínodo…
Quisiera en primer lugar compartir algo muy especial de mi situación en medio de vosotros, obispos del mundo entero, yo que soy un simple hermano, moderador de una Congregación religiosa, ciertamente internacional pero muy modesta, con menos de 200 hermanos: los hermanitos de Jesús que fuimos fundados tras los pasos del beato Carlos de Foucauld.
Mis Hermanos de la Unión de Superiores Generales me dijeron que me habían votado, puesto que por nuestra vocación de seguimiento a Jesús de Nazaret, vivimos en medio de la gente, en los barrios, codo a codo con familias sencillas que a menudo luchan como pueden, para vivir y cuidar a sus hijos. En efecto, somos testigos de muchas familias que son para mí modelos de santidad: ¡son ellas las que nos acogerán en el Reino!… Y a veces sufro por lo que nuestra Madre Iglesia puede cargar sobre sus espaldas, cuando nosotros seriamos incapaces de llevarlo como dijo Jesús a los fariseos… Ya que hay muchas mujeres y hombres que sufren al sentirse rechazados por sus pastores…
Por una gracia muy especial que me conmueve, de la cual debo agradeceros, me encuentro como único hermano, miembro de pleno derecho en este Sínodo de obispos, teniendo que reflexionar sobre las situaciones y la misión de las familias… No obstante no podemos ignorar que las familias son la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. Pero ¿qué valor damos a su reflexión?…
Hay un proverbio oriental que dice: “Antes de juzgar a nadie, ¡cálzate sus sandalias!”… Paradoja del asunto: ¡la mayoría somos solteros! Pero ¿sabremos al menos escucharlos, oir sus sufrimientos, sus propuestas, sus anhelos de ser reconocidos y cercanos?…
Pienso en las mujeres africanas cristianas, esposas de un marido musulmán polígamo que conocí en Camerún donde he vivido: estas mujeres se sentían excluidas de la Iglesia, sin acompañamiento, muy solas…
Pienso, entre muchas otras, en una familia amiga belga en la que una de sus hijas les anunció su orientación homosexual, se puso a vivir con otra chica y decidió tener un hijo mediante “fecundación artificial”; entonces surge la cuestión de saber cómo reaccionar como padres cristianos: ¡qué tesoro de delicadeza, de ternura, de cercanía le prodigaron!…
La Iglesia es también familia y debería tener las mismas actitudes hacia estos hombres y mujeres a menudo desamparados, con la duda y las tinieblas, sintiéndose excluidos: ¿qué cercanía? ¿Qué forma de acompañarlos?…
¿Cómo actuó Jesús y que haría en nuestro lugar?… como se preguntaba Carlos de Foucauld.
Estuvo lleno de compasión frente a las multitudes desamparadas… Dio esperanza a esta samaritana hablando con ella, esta extranjera herética a ojos de los judíos la cual tenía cinco maridos. “Si conocieras el don de Dios…”
Hay muchos hombres y mujeres -sin hablar de los niños que son siempre las primeras víctimas- que tienen necesidad de ternura y de amor, necesidad de que se les abra la puerta: aunque estén divorciados casados, homosexuales, esposas de familias polígamas…, son hermanos y hermanas de Jesús, así pues son nuestra familia. Todos pecadores, estamos invitados a amarnos los unos a los otros y a dejarnos confortar y curar por Jesús que vino no para los sanos sino para los enfermos… La Eucaristía es el alimento de aquellos que están en camino para formar el Cuerpo de Cristo…
¡La Misericordia de Dios es para todos! Jesús no vino para juzgar sino para salvar lo que estaba perdido… Sin embargo dio a los apóstoles y a sus sucesores una gran responsabilidad a la luz de su misericordia: ¡la de atar o desatar! Estemos unidos firmemente a Jesús y dejémonos desatar por el Espíritu que nos libera y nos vincula juntos a la Vida…
Nuestra “Casa común” como dice nuestro papa Francisco, la queremos y conjuntamente tenemos que repararla y cuidarla, ya que todos somos responsables de la belleza de cada uno de sus aposentos: cultivemos flores, la benevolencia y la misericordia, afín de que cada una y cada uno se sientan gozosos de la libertad de los hijos del mismo Padre que nos ama, testigos de la alegría del Evangelio…
Cuando los fariseos critican a los discípulos por arrancar las espigas de trigo para comer un sábado, Jesús considera primero a la persona humana que tiene hambre, antes que a cualquier desobediencia a la Ley (Cf. Mt. 12,1-8). En este Sínodo, tenemos que mirar con compasión aquella y aquél que tiene hambre de misericordia, de cercanía y de reconocimiento, hambre de Jesús que nos revela, nos alimenta y nos da la Vida… ¿Seremos los discípulos de Aquel “que no quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha humeante”? (Cf. Mt. 12,20)…
Si la Iglesia es la familia de las familias, ¿a qué revolución de cercanía, de ternura y de misericordia está invitada y esperada?…