-de Shin-Kwan (Corea)
Quisiera hablaros de lo que he estado haciendo desde mi regreso al país, después de mi año sabático.
Me inscribí en un curso de formación para auxiliar de enfermería que duró casi un año. Durante mi año sabático me pregunté si no sería conveniente que tuviera un trabajo en medio de la gente que fuera diferente de mi trabajo de limpieza en los edificios o centros en los que trabajé antes. Pensaba sobre todo en un trabajo de servicio a los demás.
Una vez que tuve el diploma en mi mano, me contrataron en un hospital especializado en niños discapacitados que, por cierto, es el único de este tipo en toda Corea. Es un hospital civil en el que los empleados son funcionarios o contratados y me ofrecieron un contrato de 7 meses. Los 230 niños acogidos tienen entre 2 y 30 años y la mayoría fueron abandonados por sus familias. Presentan discapacidades muy variadas: hay niños hemipléjicos, afásicos, epilépticos, trisómicos, etc. Sin hablar de los que no pueden andar, algunos tampoco pueden tragar la comida y son alimentados a través de sondas gástricas o nasales (lo que debe hacerse de 4 a 6 veces al día). Solo hay 2 niños que pueden tragar normalmente y 3 que se pueden comunicar con el personal.
En la Unidad donde trabajo, hay 12 cuidadores y 5 auxiliares para 30 chicos repartidos en 6 habitaciones (5 por habitación). Trabajamos en dos turnos de (2×8) o bien en tres turnos de (3×8). Es un trabajo en equipo en el que la atención y la ayuda mutua son muy importantes entre los empleados. Como auxiliar, mi trabajo consiste en ayudar a los niños a comer, asearlos, cambiarlos, limpiar las camas, etc. Además acompañarlos en los diferentes controles y ejercicios. El programa de trabajo está estrictamente precisado en un manual.
Es un trabajo que me gusta mucho pero que es muy exigente. El servicio es continuo y exige una enorme paciencia, una fuerte capacidad de compasión y de amor hacia el paciente. Para un hombre de mi edad es difícil mantener este ritmo mucho tiempo; sentí que mis límites físicos y el cansancio se me fue acumulando con el paso del tiempo. También tenía un trayecto de 1hora y 20 minutos de metro para llegar hasta el trabajo, cosa que le añadía cansancio a la jornada.
Cuando quise dar por terminado el contrato al final de los 7 meses, me insistieron mucho en que me quedara dos meses más y acepté. Así pues trabajé hasta el final de febrero de 2018. Pero me resultó muy duro llegar hasta el final.
Para terminar, me gustaría compartir con vosotros lo que más me ha conmovido en este trabajo con los niños con un alto nivel de discapacidad y a menudo psicológicamente muy heridos. En primer lugar el sufrimiento en sí mismo. Es un dolor que viene del cerebro, como una descarga eléctrica, una verdadera tortura física que expresan con terribles gritos y mucho sudor en su cuerpo. Parece que estén agonizando. Evidentemente ante estos sufrimientos estamos completamente desamparados, incluso cuando bajo prescripción médica reciben calmantes adaptados a cada uno, pero estos únicamente les ayudan a sufrir menos. Es la pregunta sobre el sentido de estas vidas deterioradas y de este sufrimiento la que cuestiona profundamente. Al principio, uno siente mucha lástima y se pregunta para qué todos estos cuidados desde el punto de vista de su eficacia; se repiten continuamente sin el más mínimo aporte de mejora al estado del niño. Después, con el tiempo y el cariño que se tiene a los niños, se descubre una profunda humanidad en ellos y que no solo son objetos de cuidado sino personas. Esta experiencia me une a la de los padres que viven en casa con hijos discapacitados.
Personalmente esto me ha llevado a reconocer cómo el dolor de estos niños está unido al sufrimiento redentor de Cristo y a su fecundidad.
De momento, estoy en el paro desde el 1 de marzo y todavía no he vuelto a trabajar. Actualmente estoy ocupado en gestiones administrativas para la casa de Hongjédong de las que debo ocuparme porque me he convertido en el nuevo regional.