Cuba

De Marcelo

Estoy en Holguín para pasar unos quince días, para mantener los lazos entre nuestras dos fraternidades y estar algunos días con nuestros hermanos más mayores: Enrique y Humberto.

Los aprovechamos para darnos noticias. A pesar de su edad, su presencia en el barrio es muy apreciada y muy viva, reciben muchas visitas. Los hermanos ayudaron a menudo a los vecinos a salir sanos y salvos de situaciones muy difíciles. Su amistad con el obispo y con muchos cristianos de la ciudad,  pero también con la pequeña comunidad que se reúne en el barrio cerca de la fraternidad, da un particular relieve a su participación en la vida de la Iglesia local.
 
Enrique ya casi no sale por el barrio, pero lo he encontrado en buena forma. Humberto continúa recorriendo el barrio en todas direcciones, aunque su salud no es demasiado brillante. Vale la pena acompañarle sin prisas, para conocer a toda esta gente.
 
El barrio ha ido mejorando poco a poco: la electricidad, el agua, los centros de salud, etc. Pero la vida cotidiana para la mayoría sigue siendo muy difícil y los caminos que recorren el barrio están en muy malas condiciones. A lo largo de los años se fue creando un tejido relacional con los vecinos: de amistad, de ayuda y de compartir. Durante unos treinta años ayudaron, acompañaron, compartieron; hoy son los vecinos quienes a menudo deben echarles una mano: acompañarles, darles ánimo y gusto por la vida. No es siempre fácil acoger y aceptar ciertas pobrezas, limitaciones y enfermedades que nos caen encima con la edad. Aún así, nadie escapa de ello.
 
Lo que me parece muy bonito es que gracias a las vecinas y vecinos, a los amigos de todo tipo, nuestros dos hermanos, de momento, pueden vivir esta etapa de la vejez en su barrio. ¡Qué suerte tienen! Sí, aunque a veces las dificultades, problemas, resentimientos, también están presentes como en cada ser humano y en cada barrio. 
Desde Holguín regresé a La Habana, 12 horas de autobús, 770 km; los autobuses están bien, pero a menudo es difícil obtener el billete.
Hace algunos meses nos mudamos para instalarnos en un nuevo piso de 3 habitaciones que nos concedió la municipalidad de Marianao. El nuevo barrio, al lado de Indaya, se está construyendo muy lentamente para realojar a todos los habitantes. Seguimos con los mismos vecinos. La mitad del barrio ya se trasladó, la construcción es lenta… Para todos es un “acontecimiento”, la mayoría consigue comprar muebles, cortinas. Todo el mundo “se felicita” por la nueva vida. Compartimos la alegría de todos, después de tantos años de lucha y de vida en tan malas condiciones.
 
Para nosotros ha sido un cambio enorme. Hemos dejado la casita al borde del caprichoso riachuelo. A veces la casa se inundaba de arriba abajo, pero tenía sus encantos, su pequeño huerto y un montón de relaciones humanas típicas de este barrio lleno de vida, donde todo es precario e ilegal: la casa, el agua, la luz, la calle donde juegan niños y adultos, el trabajo informal, los pequeños negocios de todo tipo, la forma de buscarse la vida. Nunca podremos olvidar estos 25 años en Indaya. Hemos recibido mucho, hemos aprendido mucho, hemos apreciado muchas cosas y otras las hemos padecido.
 
No olvidaré jamás el día en que pregunté a un  grupo de vecinos que conocía, si aceptarían recibirnos y que viviéramos con ellos. «Sí», me respondieron. Y  pregunté «¿por qué?» -“Porque la Iglesia es poderosa y con una iglesia en el barrio, no nos lo derribarán”. Esta fue la respuesta: «Venid con nosotros». Intentamos aclarar más o menos el tema: en primer lugar la Iglesia no es poderosa en Cuba y ¿por qué pensar en una gran iglesia si no vais nunca a la iglesia? Fue suficiente una acogedora casita, abierta a todos para compartir y vivir el Evangelio y una pequeña capilla en la que cada uno podía venir a rezar cuando quisiera. Una cosa era clara: solamente juntos, unidos y solidarios podríamos sobrevivir allí y quizás un día partir a un lugar mejor, con viviendas mejores. Todos éramos ilegales, sin dirección reconocida, inmigrados del interior y muchos con niños nacidos allí. Creamos un Comité para la defensa de la revolución (CDR) y ¡milagro! nos lo reconocieron. Las mujeres crearon la Federación de  Mujeres. Estas dos organizaciones son formidables, aunque funcionen mal, siempre estarán con nosotros.
 
Pasamos tiempos de gran crisis: la caída del Muro de Berlín y de la URSS, lo que se llamó el “Periodo Especial” con una penuria terrible. La gente del barrio era joven, pobre. Hubo muchas deficiencias, pero tenían su cultura, su fe, su religión, sus códigos de honor, su amor y su respeto hacia los niños. Cuántas veces vimos a los padres llevar a los niños y niñas por la mañana a la escuela para que llegaran limpios. La gente salía con bolsas de plástico en los pies para proteger los zapatos del barro. Recordaré siempre las palabras que decían los que encontraban un nuevo trabajo informal o un nuevo negocio a realizar: “denme la vida”. En unos días todo el barrio estaba al corriente y podía vivir algo mejor. ¿No les parece más humano que los famosos slogans capitalistas? Imposible sería olvidar la acogida, la ayuda para mejorar y reparar la casa con material reciclado y hacerla agradable y ese chiquillo que vino un día muy serio a decirme: “¡Eh, señor!, quiero ser su amigo, ¿puede ser?»
 
Evidentemente, no todo fue siempre bueno, la vida a veces es dura y cruel. Perdimos algunas herramientas que prestamos y que jamás volvieron: ¡qué decepción…! Perdimos amigos muy queridos en peleas violentas y estúpidas: ¡qué impotencia! Qué impotencia ante los juegos con dinero donde algunos perdían incluso lo que no tenían; frente a los “préstamos al bastón” (préstamos a interés muy alto y a muy corto plazo) que sirven para multiplicar la miseria; frente al alcoholismo que destruye lo mejor de la persona y causa tanto sufrimiento.
 
El sufrimiento y la alegría estuvieron mezclados, pero compartidos entre hermanos se llevan mejor. El pueblo cubano tiene una inmensa reserva de cariño y afecto para crear relaciones de amistad y de fraternidad.
 
Y en este pequeño barrio, la esperanza siempre prosperó. Muchas palabras de Jesús y del Evangelio se hicieron vida en nosotros. Numerosas escenas del Evangelio fueron contempladas alrededor nuestro y a veces también participamos en ellas.
 
La presencia de Jesús en los pobres y marginados debe interrogarnos a todos, es real y todavía puede iluminar el mundo. Su atención a la vida, su libertad ante todos los poderosos, su sentido de la fiesta, su inmenso respeto ante los pequeños, se trata del mismo discurso en un mundo en busca de sentido y de fraternidad. Pero ¿quiénes son ellos para mí, para nosotros?
Para terminar, me acuerdo de dos propagandas políticas. Normalmente son horribles, pero a veces son reveladoras: una dirigida a los jóvenes decía: “Lo mío en primer lugar”… Se ven los resultados, las consecuencias. La otra, muy actual dice: “Mi norte es el sur”. Ciertamente, todos sabemos quién y cómo vive el Norte y quién y cómo vive el Sur.

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