De Marc (Francia)
Cuando me preguntan a menudo “¿Qué haces desde que estás jubilado?”, siempre contesto: “No hago nada, pero esto me ocupa todo el tiempo” De hecho paso muchísimo tiempo con la gente. Para empezar tengo unas prioridades como las visitas a Roland en su Residencia, voy también a la cárcel a ver a uno de nuestros vecinos que es amigo desde hace mucho tiempo (él mismo me recordaba hace poco una promesa que me había hecho a mí mismo, coger unos días de retiro antes de volver a la vida cotidiana: “Lo necesitas, es importante para ti” me repetía y yo encuentro eso muy hermoso). Hay también toda una red de amigos a los que hay que atender: a menudo tienen papeles oficiales que rellenar, hay que acompañarlos a hacer gestiones y siempre ofrecerles atención y afecto. Me llama la atención la dureza de la vida de la gente, todo lo que han sufrido (o sufrirán todavía); cada vez descubrimos más gente así cuando hablamos con ellos. Me llama también la atención la cantidad de gente que siente la humillación de su dificultad para leer y escribir. A pesar de todas las ayudas que existen en nuestro país, me sorprenden los problemas de muchos para llegar a fin de mes: cuidan hasta los céntimos… Si estás un poco atento y disponible y si abres tu corazón, la gente entra y se instala… Es verdad que esto es exigente y te cansa, pero últimamente, como un compañero de camino, tengo en mente la frase del Evangelio: “Si alguien te pide andar mil pasos, haz con él dos mil”. Parece que andar es bueno para la salud, entonces ¡adelante!.
Confieso que me da mucha alegría compartir sencillamente la vida de estos amigos; siento también mucha admiración y respeto hacia ellos, por su dignidad en las dificultades. Tengo sobre todo una enorme gratitud por su amistad, su cariño y el hecho de que me hayan convertido en parte de su vida (tendría que decir “que nos han hecho”, porque a menudo saben que vivimos en fraternidad y embarcan a los otros hermanos en su amistad). Los voy a echar de menos durante los próximos meses…
Y además cuando se está jubilado se tiene más tiempo para atender a todos los encuentros de la vida cotidiana: la vecina que saludas en la escalera, el panadero que te acoge como si te conociera de toda la vida, los chavales que “piden” en la calle, el que está bebiendo su cerveza solo en un banco y que está dispuesto a pasar un momento con quien llegue: basta con pararse. Descubro cada día que la dimensión de la fraternidad que intentamos vivir es verdaderamente algo que cambia el mundo. Esto pasa por sencillos gestos de humanidad y de amor. Descubro sobre todo a mucha gente que vive cada día esta fraternidad sin complicaciones, como una cosa natural, pero también como algo que quieren construir y como algo que contagia. Sí, todo esto me llena de alegría, me hace pensar en el amor de Dios presente y activo en medio de hermosas y menos hermosas realidades y esto me ayuda a rezar.
Sobre la vida de nuestra fraternidad, tengo ganas de añadir dos cosas que son importantes para nosotros. La primera son los lazos con la pequeña comunidad cristina de la parroquia, el barrio tiene alrededor de 20.000 habitantes y la parroquia es una gota de agua allí en medio, un puñado de personas. Pero es un lugar acogedor y dinámico. Hablábamos de ello entre nosotros y admirábamos su capacidad para integrar a los que se presentan y para ponerlos en marcha. El trabajo con los jóvenes, la disponibilidad y el compromiso de algunos “pilares”; la preocupación por abrirse a los recién llegados. Nosotros aportamos una pequeña parte participando en el equipo de animación litúrgica y en la del periódico local, pero sobre todo nos gusta caminar con toda esta gente “que creen en ello”.
Otra cosa importante para nosotros que me gustaría señalar, es la costumbre que habíamos adoptado cuando estábamos las dos fraternidades en Lille y que hemos conservado, es la de reservar, una vez por trimestre, un fin de semana para nosotros. Nos vamos a un monasterio a las afueras de Lille que nos acoge en una de sus dependencias donde podemos estar juntos. Es un tiempo de intercambio, de revisión de vida, de oración conjunta, de distensión también. Estos intercambios son a veces muy ricos, a veces menos, pero creo que todos creemos que son fines de semana que construyen nuestra fraternidad porque hacen posible abrirnos un poco más entre nosotros. Queremos continuar con estos “tiempos fuertes”.
Termino (como de costumbre…) con dos historias que me han marcado. Un día tuve que acompañar a una familia a los Servicios Sociales de la ciudad, se retrasaban y yo empezaba a ponerme nervioso. Al final llegaron y me relajé de golpe, viendo la camiseta del padre, llevaba escrito en letras grandes: “Proud to be a problem!” (“Orgulloso de ser un problema”). Esto me llevó a la situación de esta familia y de otras tantas que conocemos: se derrumban de tal manera bajo sus problemas que terminan por verse como una suma de preocupaciones, como problemas personificados. He visto muchas veces llorar de rabia a este padre, de impotencia y de vergüenza frente a su pobreza sin salida. Me cuesta soportar esto ¿Cómo acoger y acompañar, ser cercano y buscar soluciones y… esperar como amigo, impotente, días mejores?
A través de una amiga de la parroquia hemos estado en contacto con una familia. El papá vino un día a comer a casa con uno de sus hijos. Hablando, descubro que ha trabajado hace veinticinco años en el mismo polideportivo que yo: él era uno de los múltiples jóvenes en prácticas de inserción que debíamos “incluir”. Nos cuenta que “tenía un jefe fastidioso a más no poder: exigente con los horarios, puntilloso en el trabajo… una plaga”. Informándome sobre su puesto de trabajo, me di cuenta que este jefe era yo. Es estupendo poner las cosas en orden, cuando uno mismo tiene la vida fácil…) Pasa el tiempo y un día lo encuentro a la puerta de su piso: “Mamá ven, tienes una visita”, -“¿Quién es?” pregunta su mujer desde el interior- “¡Mi dolor y mi hermano!” Gracias amigo, por el perdón y la amistad que me ofreces. (Después se casaron y nos escogieron a Régis y a mí como testigos).