De Benito
Como se acerca el día mundial de los pobres, el 26 de noviembre de 2017, me he sentido invitado a daros noticias de mi nueva inserción en la «Villa del P. Hurtado» (nombre de la casa de personas mayores donde vive). En efecto, cada día envejecemos y nuestros límites no cesan de aumentar.
Gracias a Dios, aquí en Santiago, todavía tenemos la cabeza lúcida los tres, para hacer frente a nuestra vida comunitaria, esto no anula que con nuestra edad sigan aumentando nuestros límites. Es así como me di cuenta de que si Noël y Elías me acogieron muy fraternalmente hace 19 años, después de mi accidente cerebrovascular (ictus), ahora no sería una buena manera de agradecérselo imponiéndoles un peso, que se ha convertido en demasiado pesado para ellos que ya tienen dos décadas más que entonces, sobre todo porque soy el más inválido físicamente hablando y por consiguiente me toca a mí, en primer lugar, intentar aligerar la vida de los demás. Esta preocupación la teníamos desde hacía mucho tiempo y habíamos presentado algunas peticiones, pero durante meses estuvimos esperando una respuesta que de repente nos llegó en septiembre y con la premisa de que tenía que ocupar de inmediato la plaza que se había quedado libre. Así pues, el Señor se había preocupado de darme indicaciones bastante precisas sobre la decisión a tomar, tenía que dar el paso sin vacilar. Les había pedido ayuda con sus oraciones y a Dios gracias, sentí que no fueron simples fórmulas piadosas sino afortunadamente tuve la suerte de encontrar una realidad fraterna, por lo tanto quiero daros las gracias y daros noticias después de este primer mes en este pequeño “pueblo” de personas mayores que me ha abierto sus puertas al final del invierno. Incluso si este año la primavera se está retrasando, sin embargo es evidente que también es una delicadeza del Señor poder hacer este cambio en primavera y no en invierno. Pero continuad rezando por todos los mayores de la vida y por aquellos que trabajan a su servicio, incluso hay algunos de entre ellos que no lo hacen para ganarse la vida sino que intentan acompañarles gratuitamente, como el Señor quiso compartir la vida de aquellos que a lo largo de los siglos tuvieron que penar mucho, aportando la fuerza de su tierna cercanía a todos los sufrimientos del mundo, no dejándoles caer en el abismo de la desesperación.
El mundo de los ancianos no presenta una particular atracción. Las personas mayores, desgastadas por la vida, a menudo marcadas por una deficiencia física, aumentada a veces por una deficiencia psicológica o mental, nos ofrecen sobre todo el espectáculo de una humanidad en su regresión decadente. Pido disculpas por utilizar estas expresiones bastante violentas, en ningún caso para formular un juicio de valor sobre la vida de estos mayores, sino solamente para sugerir con un cierto realismo el espectáculo que nos ofrece con pequeñas variaciones cualquier residencia para personas mayores, que en cualquier parte del mundo es una humanidad reducida a su pobreza la más pobre, que perdió su poder de seducción, que parece reducida a esperar lo que vendrá con poco interés, una espera generalmente muda, a veces marcada por una cierta somnolencia.
¡Seamos francos! Sabemos que somos iguales a nuestros hermanos en humanidad. En el momento de escoger como compañeros de vida, hasta el final, a estos ancianos ajados por la vida, por mi parte, sentí como indispensable para estar a la altura el sentir por ellos algo de este afecto que Cristo tiene hacia ellos, porque yo no me siento capaz de vivir meses y años, únicamente gracias a un esfuerzo de voluntad que puede caer en cualquier momento y que me encuentre incapaz de expresar algo de la ternura que Dios les aporta para ayudarles a llevar sus limitaciones con alegría y dando gracias a Dios. He tenido que descubrir en ellos algo realmente atrayente, capaz de despertar un amor gratuito, sabiendo que esto solo sería un reflejo tibio del amor de Dios. ¿Dónde buscar todo esto, sino en su fuente?
Una vez más me encuentro confrontado al poder de la oración, para pedir al Señor estar capacitado para recibir sus luces. Pronto adiviné que el Señor no me daría una respuesta clara sino es en su Evangelio. Instintivamente volví a leer este pasaje dónde nos habla de la alegría Trinitaria de Jesús ante su Padre, diciéndonos como Jesús da gracias a su Padre por haberle enseñado como enriquecernos de su pobreza con sus consecuencias: “Te bendigo Padre por haber escondido esto a los sabios e inteligentes y haberlo revelado a los pequeños” (=los primeros beneficiarios de la bondad de Dios) Cf. Lc 10, 21-24. Jesús nos confirma que había un intercambio entre su Padre y los pequeños, como entre él y los sencillos y la respuesta de los pequeños al Padre y a Jesús, precisamente sobre la manera en que el Reino de Dios se establece en este mundo a partir de los pobres y de los últimos; así que es a partir de los pobres y de los últimos como Cristo recibe el reinado sobre el universo. Todo esto lo entiendo como una explicación de la bienaventuranza de los pobres, por esto es a ellos a quienes pertenece el Reino de Dios.
Me parece que estas luces que Jesús nos da en su Evangelio me permiten ver en estos hogares de ancianos, portadores de la profunda pobreza de la humanidad, algo muy atractivo: ellos son reservas vivientes de nuestra esperanza teológica. También son lugares donde se alza hacia el Padre la oración de los pobres, la verdadera oración, porque ella va hacia el Padre con su propia vida, su cansancio, su carga, su impotencia, su pobreza. Es como el murmullo silencioso de las oraciones de los pobres con el cual me gusta estar hermanado, para unirme a ellos, para recibir y para aprender de ellos, alegrándonos de todas las maravillas que Dios nos ofrece en las entrañas de nuestras pobres vidas. Creo que es esto lo que Pablo resumió a los Corintios, diciéndoles que Cristo se hizo por nosotros Sabiduría y Fuerza de Dios, capaz de escoger lo que es vil y despreciable en este mundo para reducir a la nada lo que es, de forma que ninguna criatura pueda vanagloriarse ante Dios, porque lo que somos se lo debemos a Cristo que se ha hecho por nosotros Sabiduría y Fuerza de Dios (1Cor 1, 28-30) Revestidos de esta sabiduría de Dios que nos ha sido dada, me siento a gusto de vivir aquí con todos estos mayores, como su hermano y en mi verdadero sitio, hombre viejo como ellos y gracias a su acogida compartir con ellos su esperanza de la revelación cara a cara con Dios y compartir su oración de pobres.
Como lo decía más arriba y como veis, si he cambiado de “pueblo” o de vecinos, no he cambiado de vida y continuamos juntos en el mismo barco, con los mismos compañeros de vida, los pobres y los últimos, con el mismo Señor que reina en este mundo a partir de ellos y con ellos.
Un beso para cada uno de vosotros.
Benito