Carlos de Foucauld
Al encuentro de Jesús y de sus hermanos
A la raíz de la Fraternidad, la búsqueda de un hombre…
Una búsqueda o tal vez mejor un encuentro,
El de Jesús y el de los hombres.
Una mirada sobre este encuentro.
“Dios mío, si existís, haced que os conozca”.
Es la oración de Carlos de Foucauld en el otoño de 1886. Tenía 28 años.
Está en búsqueda. Desde hace 4 años, en que dejó el Ejército e hizo una difícil exploración en Marruecos, verdadero trabajo de exploración científica. El contacto con la fe de los musulmanes le ha impresionado: “la visión de esta fe, de estas almas viviendo en continua presencia de Dios, me ha hecho entrever algo más grande y más verdadero que las ocupaciones mundanas”.
Seducido por un rostro... la experiencia base
Busca, lee a los filósofos, libros sobre religiones, pero no encuentra. Su familia lo rodea con discreción: “Me encontré con personas muy inteligentes, muy virtuosas y muy cristianas y me dije que tal vez esta religión no era absurda. Al mismo tiempo una gracia interior, extremadamente fuerte me empujaba”. Decide seguir unas lecciones sobre la religión católica para ver “si se puede creer lo que dice”. Su prima lo envía al Padre Huvelin: “Pedía lecciones de religión: él me hizo poner de rodillas y me hizo confesar, y me envió a comulgar a continuación”. Es el choque y el encuentro. Buscaba ideas, un conocimiento, encuentra a alguien, cerca de él.
Este acontecimiento marcará toda su vida: en la experiencia del perdón dado en nombre de Jesús, encuentra a Dios, Padre misericordioso, que busca al pecador para decirle “te amo”; en la experiencia de la comunión en el cuerpo de Jesús, encuentra a Dios presente, que le hace compartir su vida, el Dios que salva.
Que le pone en camino
Su respuesta es inmediata: “Tan pronto como comprendí que había un Dios, me di cuenta que no podía vivir más que para Él”. Es la alegría llena del reconocimiento por ese Dios que nos busca y por Jesús que nos amó hasta el final. Y para manifestar su amor, Carlos se dará espontáneamente un doble objetivo: búsqueda de vivir en presencia de Jesús (sabrá encontrar los lugares en los que Jesús está presente: la Eucaristía, el Evangelio y los pobres), búsqueda de vivir este amor loco de Dios por los hombres, “trabajar por la salvación de los hombres” con Jesús, tomando los caminos de Jesús.
El itinerario de Carlos de Foucauld podrá parecer tortuoso y lleno de contradicciones. Está guiado por ese gran deseo de estar con Jesús y de seguirle en su misión de salvación: “no puedo concebir el amor sin una necesidad, una necesidad imperiosa de conformidad, de semejanza y sobre todo de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vida”. Es sencillo: hay que mirar a Jesús en el evangelio y poner sus pasos en los de Jesús.
Jesús es Dios con nosotros
Carlos abre pues el Evangelio: “Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado a su Hijo único”. Para gritarnos su amor, Dios se ha hecho uno de nosotros, accesible.
Porque quiere salvarnos, es decir darnos su vida. Dios se ha hecho “servidor”, “hermano”, “amigo”, estas son las palabras que Carlos encuentro en boca de Jesús. Humildad increíble de un Dios que ofrece su amistad y espera como un mendigo la respuesta. Carlos de Foucauld está deslumbrado.
Jesús es el crucificado
Otro rostro lo maravilla recorriendo el Evangelio y este rostro lo acompañará también toda su vida, es el rostro del crucificado: el grito de amor de Dios por los hombres ha llegado hasta ahí:
“La Pasión, el Calvario, son una suprema declaración de amor – nos dice- . No es para rescatarnos que habéis sufrido tanto, oh Jesús, el menor de vuestros actos ha tomado un valor infinito puesto que es el acto de un dios y hubiera bastado para rescatar mil mundos… Es para santificarnos, para llevarnos, inclinarnos a amaros libremente, porque el amor es el medio más poderoso de hacerse amar, y porque sufrir por lo que se ama es el medio más invencible de probar que se ama”.
A la gratuidad de este amor, Carlos quiere responder con su lógica concreta: “Amémosle como El nos ha amado, de la misma manera, imitándole, es decir, sufriendo para declararle nuestro amor como Él sufrió para declararnos el suyo”.
Y toda su vida, guardará vivo en su corazón el deseo de dar a Jesús la prueba de su gran amor.
Jesús... de Nazaret
Después de su conversión, el P. Huvelin, preocupado por verle tomar raíces en el Evangelio antes de comprometerse en una vida religiosa, lo envía a Tierra Santa.
Navidad de 1888 en Belén: “¡El Dios, Creador, venido a vivir en la tierra!” Estancia en Jerusalén: ¡hasta dónde fue su amor!”
Principios de enero en Nazaret. Surge una nueva luz: Dios no vino a cualquier sitio para vivir nuestra vida humana, vino a Nazaret, viviendo como un nazareno ordinario, ligado con los habitantes y con la reputación de su pueblo. Carlos está impresionado: “¡Dios, obrero de Nazaret!” ¡Dios actúa en ese hijo de carpintero! La obra de Dios está iniciada.
Carlos encuentra el hilo conductor de su vida: la elección está hecha y parece clara: “Seguir a Jesús, pobre artesano de Nazaret, la vida de Nazaret en todo y para todo, en su simplicidad y grandeza”.
La ruta de Nazaret
Animado por este encuentro, Carlos sentirá que para seguir al que ama, le hace falta hacer rupturas con su pasado, con las actividades que amaba, con su familia, “el mayor sacrificio”. Además, vive en un contexto religioso en el que espontáneamente se puede pensar que para encontrar a Dios, hay que cortar con el mundo.
Para seguir a Jesús en la pobreza de Nazaret, elige pues la Trapa más pobre que conoce, Akbès (Siria). Pero Jesús “pobre artesano de Nazaret” lo ha cogido y no lo suelta ya; Él trabaja en su corazón: esta pobreza de la Trapa, ¿es la de la gente, la del Nazareno? “Somos pobres para los ricos, pero no como lo era nuestro Señor, pobres como lo fui en Marruecos, pobres como San Francisco”.
A causa de Jesús de Nazaret, deja la Trapa y se instala en el convento de las clarisas de Nazaret.
Momentos de alegría y de paz en la oración y la soledad. Sin embargo, después de algunos meses se interroga de nuevo: para estar con Jesús de Nazaret, ¿hay que “ir allí donde la tierra es más santa” o bien “allí donde las almas tienen mayor necesidad?”. Una vez más, el Nazareno lo ha sacudido y lo empuja fuera; ya no volverá a Palestina.
Carlos acepta el sacerdocio, “ese divino banquete del que me convertía en ministro, había que presentarlo no a los parientes, ni a los vecinos ricos, sino a los cojos, los ciegos, los pobres, es decir a las almas a las que les faltan sacerdotes”. Piensa entonces en esos hombres encontrados en Marruecos y es hacia ellos que querrá ir. Esto es lo que le conduce a Argelia, a las fronteras de Marruecos aún cerradas. Se instala en Benni Abbés, con un esbozo de clausura que no terminará nunca: está asaltado por las visitas. “las gentes empiezan a conocer la casa como “la fraternidad” y eso me gusta”.
Marruecos permanece cerrado. Se le habla de la posibilidad de ir hacia el sur, en el Hoggar: hay allí gentes todavía más alejadas y abandonadas; no duda mucho tiempo: “me preguntáis si estoy dispuesto a ir fuera de Beni Abbés por la extensión del Evangelio: para ello estoy dispuesto a ir hasta el fin del mundo y a vivir hasta el juicio final”.
Hace varios viajes antes de instalarse en Tamanrasset. En sus giras, busca de encontrar cuanta más gente posible; se pone a estudiar la lengua; más tarde comienza un diccionario y recoge poesías de los tuaregs; pone en sus búsquedas tanta precisión y ciencia, tanta pasión como puso en sus trabajos sobre marruecos. Restablece las relaciones con los amigos de siempre
¿Ha vuelto a recuperar todo lo que dio al entrar en la Trapa?
¿Ha renunciado a Nazaret a pesar de que haga siempre referencia?
Hacerse cercano
¿Infidelidad? Al contrario. En su fidelidad a “hacer compañía” a su “bien amado hermano y Señor”, encontró poco a poco, en el silencio y la oración, el camino de una fidelidad a los que Jesús llama: “estos son mis hermanos”.
El Nazareno lo hace hundirse con él en un compartir cada vez más profundo con los hombres. Siguiendo su intuición, no podrá ya separar a Jesús de sus hermanos, y poco a poco, las barreras que creía necesarias para su vida religiosa caen para una mayor proximidad: “la vida de Nazaret puede llevarse en todas partes, puede vivirse en el lugar más útil para el prójimo”.
Sí, estar con Jesús, es estar cerca de los pobres, para hacer desde ahí el trabajo de Jesús: ofrecer el amor, acoger la amistad. Con Jesús de Nazaret, ya no se tratará más de separarse del mundo sino, al contrario, integrarse en el mundo y dejarse adoptar por sus hermanos.
Habría que citar muchos ejemplos de esta evolución. Un día, en el curso de una gira en el Hoggar, ve un lugar para una futura implantación. Anota en su diario: “dos puntos me parecerían habitables…
El primero tiene el inconveniente de estar cerca de los hombres y expuesto a muchas visitas. El segundo tiene la ventaja de estar lejos de los hombres y del ruido y procurar la soledad con Dios…”
Continúa, haciendo hablar a Jesús: “Establécete en el primer lugar en el que tienes a la vez la perfección de mi imitación y la de la caridad; en cuanto al recogimiento, es el amor el que debe recogerte en mí interiormente y no el alejamiento de mis hijos: mírame en ellos; y como yo en Nazaret, vive cerca de ellos, perdido en Dios…”
La pobreza verdadera
No tener miedo de estar cerca de la gente, en seguimiento del Nazareno, es pues el descubrimiento progresivo de Carlos de Foucauld, un arte de amar al cual Jesús lo inicia y del cual tiene todavía que descubrir dimensiones inesperadas.
El 20 de enero de 1908, Carlos anota en su diario: “Me he visto obligado a interrumpir mi trabajo… Jesús, María, José, os doy mi alma, mi espíritu, mi vida”. ¿Qué le sucede?
Está completamente agotado y enfermo. Ha superado sus límites: 11 horas de trabajo al día, haciendo traducciones para comprender mejor a los tuaregs. El país está diezmado por el hambre, las gentes no tienen ya nada, él tampoco; no puede dar nada, de repente nadie viene ya a verle. Sufre de la soledad. Solo una carta desde hace seis meses: la amistad de los suyos, el consuelo del P. Huvelin ya no llegan, soledad del corazón. No tiene autorización para celebrar la Eucaristía solo, y desde hace meses ningún cristiano ha pasado por allí. Navidad sin Misa… ¿Para qué sirve su vida? Ninguna conversión desde que llegó… ¿Va a morirse ahora? Sin embargo hay tanto para hacer por la “salvación de las almas”. Es el fracaso completo.
Es entonces cuando la gente se da cuenta de su estado y hacen todo por salvarle. Elno puede ya nada, pero ellos se sienten responsables de ese extranjero que es su huésped. “Me han buscado todas las cabras que tienen aún un poco de leche, en esta terrible sequía, a 4km a la redonda”. La gente ha sido muy buena conmigo”. Gestos sencillos de compartir y de solidaridad, sin embargo un umbral decisivo acaba de ser franqueado, se han convertido verdaderamente en hermanos, sin que él ni ellos se den cuenta.
Que lo quiera o no, seguía siendo el extranjero ligado con los militares y los colonizadores. Que lo quiera o no, era el bienhechor, el que hace limosna pero que no necesita nada.
A pesar de todos sus esfuerzos por comprender la cultura de los tuaregs, él es portador de una cultura y de una fe que no piensa más que en compartir. El foso permanecía enorme entre ellos y él. Faltaba esa reciprocidad que da la amistad, esa situación de igual a igual. Hoy cuando estaba a punto de morir, ha recibido la vida de la mano de los tuaregs. De golpe, entraron verdaderamente en su vida.
Hermanos
Su mirada sobre Nazaret se profundizó de esta manera: Nazaret, es siempre “descender”, pero al igual que Jesús, para estar verdaderamente ligado a los pobres, hasta el punto de ser pobre con ellos y dependiente de ellos, en igualdad. Su sed de trabajar por la “salvación de los hombres” encuentra en ese Nazaret realizaciones inesperadas, porque está verdaderamente desamparado. Carlos permite a los que le ofrecen un poco de leche que le digan: “venid y recibid en herencia el Reino, porque tuve hambre y me disteis de comer…”
El deseo de estar unido a la cruz de Jesús ha sido concedido y ha dado fruto por caminos imprevistos. La frase de San Juan de la Cruz tan a menudo meditad por Carlos toma un aire nuevo: “nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer el bien a las almas”.
Este cambio se sentirá en su vida. Primero las visitas de los vecinos se hacen más numerosas. Su amigo Laperrine que viene a verle algunos meses más tarde escribirá: “Es más popular que nunca entre ellos y los aprecia cada vez más”. No se contenta con anotar los consejos que debe dar a Moussa, el jefe de las tribus Ahaggar, sino que recoge también los consejos que Moussa le da, o los de su amigo Ouksem. Y unos meses después, un amigo protestante, el doctor Dhauteville le oirá decir: “Estoy aquí no para convertir de golpe a los tuaregs sino para intentar comprenderles y mejorarles… y además deseo que los tuaregs tengan sitio en el paraíso. Estoy seguro que el Buen Dios acogerá en el cielo a los que fueron buenos y honestos sin que sea necesario ser católico romano. Usted es protestante. Teyssère es agnóstico, los tuaregs son musulmanes… Estoy convencido de que el Buen Dios nos acogerá a todos si lo merecemos, y busco de mejorar a los tuaregs para que merezcan el paraíso”. No se trata tanto de convertir, sino de caminar juntos hacia Dios, dejarse vincular a los compañeros de camino; Dios no separará los que sean hermanos.
1º de diciembre de 1916. Es la guerra en Europa y los efectos se hacen sentir hasta en el fondo del desierto. Ese día, Carlos es asesinado, víctima silenciosa como todos los pobres aplastados por los conflictos que los superan. Ese día, tiene lugar el encuentro definitivo con Jesús de Nazaret, su bien amado hermano y Señor.