De Amir
Hace ocho meses que surgió en mí el deseo de hacer un retiro por los caminos. Era un deseo que me parecía en contra de mi temperamento: soy una persona tímida, busco la seguridad teniéndolo todo a mano. Hice primero el intento de un día de retiro en las calles del Cairo caminando, sentándome en lugares públicos o en lugares de oración y cruzándome con mucha gente. Intenté ser fiel a esta llamada y enraizar mi vida más en la providencia.
Evidentemente actuar así, no fue comprensible para muchos y comprendo sus reacciones. Pero me abandoné a esta intuición interior. Al principio de mi retiro brotó de mi corazón esta oración: “Señor concede al corazón de la gente piedad hacia mí”, expresión de mi gran miedo y de mi pobreza. No tengo más fuerza que la que viene de Dios.
Pensé llegar a pie (100 km) por la carretera del desierto entre el Cairo y Alejandría, a tres lugares. Dos en la ruta: Anáfora, una nueva comunidad y el monasterio de San Macario cargado de historia, de combate espiritual y de santidad. El tercer lugar situado a 26 km de la ruta: “la granja de la paz” religada al monasterio de la Virgen en Akhmim/Sohag. Estos dos últimos lugares ya habían acogido a Flaubert y Edouard , cuando hicieron su tiempo ‘sabático’ y los monjes me preguntaron por ellos.
Me dejé llevar por los acontecimientos. Mientras caminaba, dos coches se pararon y me avanzaron algunos kilómetros. Me preguntaban: “¿Dónde vas y por qué vas a pie?” Les contestaba: “Voy a los monasterios” y les pedía que rezaran por mí. Su gesto hacia mí tendrá su recompensa ante Dios, como decían ellos mismos. Una moto conducida por un joven se paró y me llevó unos 2 km e insistía en darme dinero. Le expliqué el por qué caminaba. Lo insólito es que los que me ayudaron fueron gente sencilla que viajaban para ganarse la vida. Para descansar y leer la Palabra de Dios me paraba y me sentaba bajo un árbol o en un café. Durante el tiempo del retiro leí las lecturas diarias del rito copto: profecías, salmos, epístolas y evangelios. Mientras caminaba iba rumiando la Palabra y la dejaba penetrar en mí. Me sentía como un vaso que se iba llenando de la vida de Dios.
Llegué, algunos minutos antes de caer la noche, a la primera parte de la comunidad de Anáfora que se compone de 3 sectores. Me sorprendió que rechazaran acogerme durante unos días, ellas sabían que mi intención era solamente visitar los lugares y retomar el camino. Les pedí que me dejaran descansar un rato antes de seguir el camino… ¿hacia dónde? no tenía ni idea. De repente llegó un coche que iba hacia la “granja de la paz”. Me aceptaron y las hermanas de Anáfora me dieron comida para continuar la ruta. A los 6 km me bajé del coche a la entrada de un camino oscuro de 26 km que conducía a la granja. Telefoneé al monasterio y me dijeron que me acogerían con mucho gusto durante unos días.
En cada lugar pasé tres ó cuatro noches. Participé en los rezos y si surgía la ocasión charlaba con los monjes. Organizaba mi oración en función del lugar.
La “granja de la paz” se caracteriza por su ambiente sencillo y fraterno en la que los visitantes son gente sencilla. Los monjes son unos quince y la mayoría son hombres humildes que trabajan en el campo, en la cría de aves de corral y de ganado vacuno. También tienen obreros, que en general son de Minia y de Sohag. Conocí a un monje sacerdote, Abouna Girgis que ejerció su ministerio en Roma y conoció al Papa Francisco y fue fotografiado con él. También un postulante de 38 años al que le gustaba hablar conmigo y que estaba disgustado por el hecho de que no comulgara con ellos. Un día vino a mi celda para charlar sobre la cuestión católicos/ortodoxos: en su manera de pensar (compartida también por otros) “los católicos se desviaron de la recta doctrina”.
El segundo lugar, Anáfora, como he dicho antes, se divide en tres partes: “Memoria”, “Resurrección” y “Anáfora-sacrificio”, su extensión es de 126 feddans (unidad de medida usada en Egipto que equivale a la porción de terreno que un par de bueyes puede labrar durante un tiempo determinado). La parte “Memoria” está diseñada para la acogida de un día; está situada cerca de la carretera del Cairo a Alejandría y es la parte más reciente. La parte
“Resurrección” está en el centro y está dedicada a la acogida de grupos y conferencias. La última parte “Anáfora-sacrificio” está dedicada a los retiros, es la parte más antigua. La belleza de este lugar se debe a dos cosas:
Lo primero es que está construida al estilo del antiguo Egipto, como los pueblos del Alto-Egipto, el revocado de las paredes es de arcilla, se alumbran con velas, el suelo está cubierto de alfombras de artesanía popular egipcia, los asientos están hechos con troncos de palmera… Es de una belleza única por su sencillez y extrema pulcritud. La alimentación es a base de productos frescos de la granja.
La segunda cosa es que al igual que los tapices egipcios de múltiples colores, este lugar quiere reunir, según la expresión del Apocalipsis, gente de toda nación, de todos los pueblos y todas las lenguas. Hay extranjeros, la mayoría jóvenes. Los rezos son la Agbeyya (oración de las Horas en rito copto) y la misa copta. Al final de la oración de Completas se lee la lectura del día siguiente en diferentes lenguas: inglés, francés, alemán, ruso, griego… A veces hay oraciones espontáneas y cánticos en la lengua de cada uno. Todo esto me impresionó porque es algo nuevo en el interior de la iglesia copta ortodoxa. Me llamó la atención que todo esto se haga con jóvenes del Alto-Egipto que hablan inglés; algunas son mujeres consagradas. Entre todos, hombres y mujeres, asumen los servicios y las diversas tareas. Sus rostros son alegres. Les ayudan extranjeros que hablan árabe. El fundador, Anba Thomas es un obispo del Alto-Egipto.
El último lugar, el monasterio de San Macario (son un centenar de monjes) con una impronta histórica de vida religiosa en Egipto que abarca unos 1.500 años. Se guardan los restos de santos, de mártires y de profetas: Juan Bautista, Eliseo… Hay también restos de aquellos que en el siglo pasado mantuvieron la vida del monasterio en tiempos difíciles para la Iglesia y el monacato, en particular el cuerpo de Matta-el-Meskin que renovó la vida religiosa copta. Es un lugar de combate espiritual y de santidad, perfume de la presencia del Señor y de su fidelidad, historia de la misericordiosa protección del Señor para sus hijos, según la expresión de uno de los monjes. Todo eso me ayudó e intenté respirar este perfume para reanimar mi alma, mi cuerpo y mi espíritu. Este monasterio se caracteriza por la solidez de su vida religiosa, por su apertura a otras confesiones y su alto nivel cultural. Es un lugar donde muchos vienen a buscar ayuda y el que he sido testigo de las lágrimas de muchos. Conocí algunos monjes que se interesaron sobre nuestra vida religiosa. Algunos conocían al hermano Carlos. Me preguntaban: “¿Cuál es la diferencia entre vosotros y los laicos? ¿Cuál es vuestro ministerio?”. Un monje anciano dijo: “Los dones son diversos para el anuncio de la Buena Nueva”.
Me encontré también con el P. Walid, monje católico miembro de la comunidad, que conoce a los hermanos desde hace mucho tiempo: me preguntó por Pierre, Michel y Edouard. Le pregunté qué pensaba del encuentro entre los dos Papas: Tawadros y Francisco. Me contestó: “es el momento de la apertura después de 4 siglos de cerrazón, pero el camino es largo y difícil para que cambie la forma de pensar y se curen las heridas causadas por la Iglesia católica”. Al preguntarle sobre la formación, me contestó: “La formación está basada en la historia de la acción de Dios, la Biblia, la vida de los padres del desierto y la renuncia de uno mismo. Cometimos errores y ahora recogemos los resultados, pero desde hace unos 20 años las cosas han cambiado”
Dos cosas no me abandonaron durante todo el tiempo que estuve en estos tres lugares: la mentalidad de mi pueblo que vive en lo sagrado, con lo sagrado, de lo sagrado y la espiritualidad de la fraternidad marcada por el estilo laico. Y la segunda: la espiritualidad de un pueblo cuya mirada está siempre puesta en el cielo, espera la patria celeste, vive el presente en espera del futuro (incluso Anáfora que es una realización moderna de la iglesia copta se alimenta del Apocalipsis de S. Juan) y la espiritualidad de Nazaret, espiritualidad de la Encarnación de Jesús en la que queremos vivir. ¿Hacia dónde nos conduce estas dos cosas?
Para concluir, lo que hice no fue un retiro por los caminos propiamente dicho sino que se me presentó como una oportunidad para tomar conciencia de cuál es mi situación actual. Viví un tiempo de gracia. Sentí que a través de mi miseria, mis miedos, mi ansiedad, mi egoísmo, todo lo que me toca en lo más profundo de mi mismo, lo llevo en mí como historia de una humanidad en gestación; con ella clamo pidiendo la salvación, abriéndome a Dios y escuchándolo. Me sentí sostenido por un amor paterno sin límites, que me penetra como hijo suyo para darme vida y purificarme; sostenido también por la historia de la acción de Dios con sus santos, ellos son testigos e intercesores. Es la misericordia divina la que me envuelve. Llevaré a Jesús a aquellos que Dios me ha dado, como hermano suyo.