La fraternidad de El-Abiodh fue la primera fraternidad de los Hermanos de Jesús, fundada en octubre de 1933, y durante más de 10 años permaneció como la única fraternidad de la nueva congregación. Incluso después de “la salida de El-Abiodh” con la apertura de pequeñas fraternidades obre- ras, El-Abiodh continuó jugando un papel importante sobre todo para la formación de los jóvenes y más tarde acogiendo numerosos grupos de hermanos para su ‘año de desierto’. De ahí el lazo afectivo, sobre todo para los hermanos más mayo- res, a esta fraternidad. El 3 de septiembre último, hermanos, hermanitas y algunos amigos, acompañados por su obispo, celebraron la Eucaristía de acción de gracias y de envío. Monseñor Claude Rault, obispo del Sahara, pronunció esta homilía que reproducimos aquí.
Queridos hermanas y hermanos en Jesús.
Antes de llamar a El-Abiodh para preparar esta homilía, estuve mirando los textos del día. Y antes de haberlos leído, Franca me dijo que siempre son como un regalo, y los he tomado como tal.
Lo son, como lo son todos los dones de Dios que recibimos cada día. Es pues dando gracias a Dios por todo don recibido como queremos vivir esta celebración. Pero la viviremos también como un envío.
Todo nos habla sobre cómo poder vivir bien este Don: “Con alegría dais gracias a Dios Padre que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz” (Col 1).
No siempre es fácil dar gracias. ¿No es así? Cada Eucaristía lleva en el fondo la realidad de Jesús crucificado, muerto y resucitado.
Pero, decidme: mirando esta obra de Dios llevada a cabo aquí por generaciones de hermanos (y también de hermanas) que ya están en el cielo o que están ahora en el otro extremo del mundo, ¿tenemos conciencia de compartir esta herencia del pueblo santo?
Una mirada hacia atrás nos permite evaluar algo. No hablo de estas construcciones que vamos a dejar, de este gran huerto que ha recogido el sudor de varias generaciones de hermanos, ni de esta hermosa capilla que ha recogido sus oraciones y que confiamos a la gracia de Dios. Me refiero a este espíritu de sencillez evangélica que empujó las generaciones pasadas a ir hacia adelante y a no limitarse a estos muros. Pienso también en el libro “En el corazón de las masas” del P. Voillaume que, según creo, fue esbozado aquí dando la vuelta a todas nuestras bibliotecas de seminaristas y de jóvenes sacerdotes incluso antes del Concilio.
Entonces visto en este sentido ¿vuestra marcha de El Abiodh no sería en cierto modo el culmen de la realización del proyecto inicial?
Como lo fue la destrucción del Templo de Jerusalén, como lo ha sido la destrucción o el abandono de centenares de monaste- rios u otros edificios religiosos emblemáticos. Las Hermanas Blancas dejaron su gran casa de Birmandreis, los Padres Blancos ven levantarse sobre su antigua casa madre de Argel una prestigiosa mezquita. San Luis de Cartago se ha convertido en un auditorio… Podríamos multiplicar los ejemplos.
Sin embargo nuestra misión continúa. Dejar El Abiodh ¿no sería como para Jesús, dejar “su Nazaret” geográfico? Pero esto no quita nada a vuestra vocación de Her- manos de Jesús com- prometidos en esta forma de “vivir a la manera de Jesús”. No digo esto para daros un poco de consuelo barato, sino más bien para intentar dar sentido a esta decisión de dejar El Abiodh. Porque estoy convencido que, desde una perspectiva evangélica, esto tiene sentido. Y es ciertamente este sentido el que buscamos.
Por tanto es bueno estar aquí para dar gracias a Dios. Mostrar nuestro agradecimiento en una Eucaristía que recoge cuanto se ha vivido de hermoso, de bueno, de esperanzador, de desilusión, de muerte y de vida, para hacer de ello nuestra ofrenda junto al Pan y el Vino, que nos serán dados hoy para vivir aún mejor este Don de Dios.
“Jesús subió en una de las barcas, que era de Simón y le rogó que se alejara un poco de tierra”… Es la perspectiva que nosotros también necesitamos. “Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar”…
En esta petición de Jesús hay algo muy fuerte que no puede dejarnos hoy indiferentes. Aunque para Pedro no es la hora de la pesca, Jesús le pide remar mar adentro para hacerlo. ¿Quizás preferían estar un rato más con él, en el lugar donde les estaba hablando y no arriesgarse a volver con las manos vacías como la noche anterior? Evidentemente podemos dudar de la oportunidad de dejar este lugar sin vuelta posible. Dejar esta orilla llena de recuerdos acumulados, dejar el fruto de tantos esfuerzos pasados y también de tantas bellezas: la gran capilla que merecería ser clasificada como monumento cultural, la pequeña Koubba de la Lalla Meriem. Y luego este cementerio y estas tumbas que están ahí como testigos silenciosos de tantas y tantas relaciones, de penas, de esperanzas, en definitiva de vida. “Remad mar adentro y echad las redes…”
Pero Jesús nos lanza hacia un futuro que nosotros no hubiéramos previsto ni escogido. Él toma las riendas y nos arranca de nuestro puerto familiar para lanzarnos hacia otros horizontes… Conocemos lo que sucedió: abundancia de peces, las redes se rompen, los otros compañeros que vienen en su ayuda. Y sobre todo la actitud de Pedro desconcertado. Cae de rodillas: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”
El pavor cayó también sobre sus compañeros. Tendrá que dejar el lugar donde vive, su barca, e ir hacia “otra parte” que él no comprende y no conoce todavía. Parece que vosotros también estáis invitados a dejar la barca de El Abiodh. Pero hacia “otra parte” que ya ha dado su fruto y que dará aún frutos insospechables.
Hace algunos días fui invitado a encontrarme con un amigo de Ghardaia. Me dijo que un pariente suyo iba a estar allí. Con este amigo las conversaciones no son nunca banales. Hablamos, claro está, de la situación de violencia que nos rodea, siempre incierta. Y mi amigo me decía: “¿Cómo es esto? Rezo, rezo noche y día para que esto cese y tengo la impresión que Dios no me escucha”. Es verdad que a veces lo veo un poco desesperado. Y su compañero le respondió: “Pero Hamid, tú rezas. Te levantas pronto por la mañana para ello. Pero tu oración es capaz de cruzar toda la tierra y hacer cambiar las cosas en el otro confín del mundo.” Santa Teresita de Lisieux estaba convencida de ello.
Vais a guardar dentro de vosotros un “El- Abiodh interior” a partir de lo que queda de una Fraternidad que no está hecha con manos humanas. Vuestra oración como la de todos los Her- manos os llevará más allá de esta tierra que vais a dejar. “Rema mar adentro…” ¿Hacia qué tierra? No hay otra tierra más que esta presencia de Jesús en la barca. Aquí permanecerán las piedras por hermosas que sean, cargadas de muchos recuerdos. Serán como una tumba vacía. Pero Jesús está en otra parte: inscrito en vuestras existencias, pegado a vuestra piel. Remando mar adentro, partís con Él. Para una aventura que sólo Él conoce. Puesto que permanece con vosotros, id en paz allí donde os invita, allí donde os llama, al lugar en el cual podréis rezar y continuaréis uniendo los extremos de la Tierra. Y siguiendo al Hermano Carlos (al que todavía no he citado) os convertiréis todavía más en “Hermanos Universales”.
Claude, vuestro hermano obispo.