Las cuevas de Farlete (Zaragoza)

El lugar invita al silencio y a una mirada interior, a sentirse pequeño, a hacerse pequeño con tanta belleza delante…..

Se sitúan en los Monegros, en la sierra de Alcubierre: un mundo rural que como en otros lugares, sigue produciendo el éxodo de la juventud y un tipo de empobrecimiento generacional. Pueblos con fecha de caducidad.

Las «cuevas» están situadas en la sierra, (a unos 7 km.), que domina el pueblo. Nos ofrece su belleza paisajista a los 4 puntos cardenales: al norte los Pirineos, al sur el valle del Ebro con Farlete en la llanura, al oeste el Moncayo.

Dos cuevas están en el inicio de barrancos, frente a la llanura monegrina. y hay también una casita en medio del pinar orientada al norte. Están habilitadas con todo lo necesario. Se sube desde Farlete, con el coche por la pista, en media hora.
Para venir a pasar un tiempo en las cuevas, hay que destacar algunos puntos, o actitudes frente a la vida. La vida en nuestra sociedad de hoy nos exige más que en otros tiempos para vivir en autenticidad, con coherencia. Uno va creciendo en años, pero también en exigencia de interioridad. La búsqueda se sitúa a muchos niveles. Hacemos opciones nunca acabadas, pasamos por conversiones sucesivas, vivimos contradicciones; todo en nuestra vida se alimenta de las interacciones entre la vida comunitaria en nuestro entorno inmediato y el crecimiento personal con sus retos.

Hay algo básico para vivir hoy: la necesidad de espacio interior de silencio. No se puede escuchar sin silencio: es una cuestión de calidad de vida, no es el silencio de estar callado y no hablar. Si uno esta tan lleno de sí mismo, de su propio ruido, no puede entrar en esta dimensión de calidad de vida. Y no puede aprender del Otro, de los otros. En cada cueva hay el pequeño libro de Pablo d’Ors, “biografía del silencio”, que indica el camino y que la gente aprecia.

Es también una calidad de la mirada. Lo que se dice del silencio se aplica también a la mirada. La mirada distraída, querer verlo todo y rápidamente, para luego poder aparentar saber de todo, nos saca de nuestro yo verdadero. La mirada para controlarlo todo para dominar a los demás es otro camino equivocado.
Se trata de construir una mirada amorosa de la realidad, hecha de confianza, descartando los prejuicios y los miedos: es una vía liberadora. Es la única manera de poder abrazar la realidad amorosamente, con un corazón abierto.

El hermano Carlos, su vida, sus conversiones, su constante búsqueda nos invitan. Su fascinación por Jesús, el humilde carpintero de Nazaret, nos enseña mucho de este camino de contemplación, para hacernos más contemplativos, desde la humildad “social”. Fue cautivado por la humildad de Jesús, hasta la llamó “abyección”, cautivado que estaba por la humildad de Dios.

El lugar invita a este silencio y a esta mirada interior, a sentirse pequeño, a hacerse pequeño con tanta belleza delante. Su flora y su fauna de zona semidesértica en las distintas estaciones del año, el bosque de pinos y también unas escasas sabinas, son un pulmón verde en medio de tanto ocre.
La «historia» de las cuevas como lugar de experiencia de la presencia del Otro, totalmente «Otro» empezó con la presencia del noviciado de los hermanos: permitía esta experiencia de conocimiento de sí mismo en la soledad, el misterio de la persona en su hondura, la introspección necesaria para amarse y amar a los demás, para dejarse amar, para ser persona «entera».
La experiencia de la gente que viene confirma lo que ofrece el lugar. Estos últimos años han venido jóvenes, algunos en un momento de encrucijada al final de sus estudios, cuestionándose el sentido de la formación recibida y cuestionando lo que se les ofrece como futuro, buscando una alternativa. Me han hecho muy sensible a estos momentos de intensa búsqueda que tienen.

El uso del móvil al final del primer o segundo día permite un seguimiento para verificar si la persona aprovecha verdaderamente este momento tan especial y lo vive bien: doy los consejos que me parecen útiles para este aprovechamiento. Suelo aconsejar no leer mucho, escribir cada día lo que se percibe, suelen salir cosas que la vida ordinaria no deja aflorar. Y a veces es doloroso. Aconsejo pasear, hacerse sensible al entorno, a la naturaleza, al viento, al calor, al frio, a los pájaros, a todo lo que la vida urbana con sus prisas no permite sentir: dejarse “oxigenar”, respirar hondo.

También insisto en restablecer la confianza perdida en uno mismo, el sentido de la libertad, superar miedos, nombrarlos…

Ramón, febrero de 2017.

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