Teo vive en Quinson, un pueblecito de 500 habitantes en la Provenza francesa. Hay cosas muy hermosas en Quinson y se entiende bien que Teo tenga una mirada sobre su huerto, sus hermanos y la gente que les rodea como “espacios” hermosos que hacen hermosa y buena a nuestra madre-tierra y que son una alabanza al Señor
-de Teo
Hace una eternidad que no escribo un diario, os pido disculpas, aunque debo decir que me gusta mucho leer vuestros diarios pero no tanto escribirlos, esto no es lo mío; en fin, hoy me lanzo.
Quería hablaros del cambio que ha habido en la fraternidad de Quinson; la fraternidad se estaba muriendo y ahora está bien viva, ¡aleluya! Después del fallecimiento de los hermanos Dédé, André y Dino, estamos de nuevo a cuatro; agradezco a quienes hicieron esto posible; podéis imaginaros mi alegría al estar de nuevo con hermanos, sobre todo con Patrice y Jean a quién conocí anteriormente y que son más jóvenes y dinámicos que yo; a Marcel también lo conocí durante un mes, cuando vino a echarnos una mano para construir un gran gallinero y sólo tiene tres años más que yo.
Patrice y Jean cocinan y se ocupan de la intendencia. Patrice nos informa con el ordenador de lo que pasa en el mundo, en la Iglesia, la Fraternidad, etc. Y sobre todo nos ayuda en las gestiones de papeles oficiales y otros. Jean anda mucho, conoce todos los lugares y senderos hermosos del pueblo: las “pequeñas gargantas del Verdon”, la antigua fuente del pueblo, llamada ‘Poiraque’, etc. ¡Venid y lo veréis! En cuanto a mí, Teo, la mayor parte del tiempo lo paso en el huerto con Marcel que arranca la mala hierba y cava en profundidad, también se ocupa de cerrar la iglesia, de sacar la basura etc. Patrice es el rey de las flores (las cinias), son una maravilla, tiene flores para adornar todas las iglesias de la zona, la gente que pasa se maravilla diciendo: ¿Por qué tantas flores? y les contesto: “para la gloria de Dios”. Jean es el especialista del perejil, de las ju- días verdes, de los puerros, de las calabazas y utiliza el motocultor que pesa mucho, etc.
Hay que decir que si trabajamos el huerto es porque tenemos el agua del pantano de Quinson gratuita desde el 15 de marzo al 15 de octubre; la vecina nos presta un trozo
de tierra al lado de casa, así podemos comer verduras y fruta sin demasiados pesticidas. En lo que a la salud respecta el médico nos dijo a André y sobre todo a mí: “¡el día que dejes de trabajar en el huerto, estás acaba- do”! El huerto de Quinson tiene una historia, Patrice lo empezó hacia los años 1978 y después André y yo lo continuamos, pero en aquel momento estaba lejos de casa, más tarde encontramos uno más cerca; Dino se unió a nosotros más tarde.
La tierra, esta tierra que trabajamos, la llamamos “nuestra madre, nuestra casa común”, como dice nuestro Papa Francisco, Dios nos la ha dado para trabajarla y hacerla más hermosa en lugar de polucionarla, ella ha visto nacer, crecer, morir y resucitar a Jesús, su Hijo único y Amado. Por esto hay que trabajarla, respetarla y amarla como Jesús lo hizo. San Juan de la Cruz lo dio a entender diciendo más o menos: Jesús solamente andando por prados y bosques la dejó revestida de su hermosura. Así es como intentamos todos seguir e imitar a Jesús hasta el final; es así como desde el trozo de tierra de este pequeño huerto, puedo unirme con Jesús al mundo entero y hacer esta tierra más hermosa…
Cuando siembro mis simientes en la tierra digo: “Creced y multiplicaos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Y cuando recojo las preciosas frutas y verduras digo: “Gracias Señor por estos preciosos frutos que nos das, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, son ellos los que me dan fuerza para trabajar, servirte, amarte y alabar- te con toda la Creación y con todos mis hermanos”. Dios sea alabado, “Laudato Si”.
Una pequeña anécdota: tenemos muchos jabalíes en la zona y la gente dice: “Los jabalíes no van al huerto de los hermanos porque está bendecido”. Esto no es del todo cierto ya que este año nos han arrancado todas las cala- bazas de la parte de abajo del huerto, pero las hemos re- cogido y aprovechado todas.
Sabemos que en el proceso de crecimiento, el trabajo más importante es Dios quien lo hace, nosotros debemos sembrar, regar, arrancar la mala hierba, pero es Dios quien lo hace crecer. Lo mismo ocurre en nuestra alma, en la semilla pequeña al igual que en nuestra alma se encuentra la fuerza de vida que le permite desarrollarse. Misterio de amor y de vida que el mismo Jesús contempló. Nos toca ahora a nosotros trabajarla: sembrar, regar, … para que los hermosos frutos lleguen a su madurez. Dios mío, ¡qué hermosos y buenos son estos frutos de una tierra y de un alma bien trabajada cuando llegan a su madurez! Todo lleva a alabar al Señor. Aleluya. Trabajemos, compartamos y continuemos haciendo que nuestra “casa común” sea cada día más hermosa. Dios sea alabado. Es el deseo de nuestro Papa Francisco.
Para no alargarme más os diré que, como ya sabéis, no soy bienaventurado pero sí feliz de vivir con unos hermanos que continúan soportándome; ¡Dios sea alabado una vez más! Perdonadme por haberme alargado tanto escribiendo sobre el huerto, pero es allí dónde paso gran parte de mi tiempo de jubilado.
Un abrazo fraterno de vuestro hermano Teo.
P.S. No hemos corregido el texto de Teo que menciona la presencia de Jean. Algún tiempo después del envío de esta carta, Jean falleció en un accidente de circulación a algunos kilómetros de la fraternidad, dejando un gran vacío…
Teo