Vivir con los pobres, cuidarles, es tocar la carne de Cristo

En la India, la fraternidad de Alampundi, la primera fraternidad fundada en la India en 1964, ha tenido que ser cerrada. Los hermanos cuidaron a los enfermos de lepra durante años. Los cuatro hermanos que han vivi- do allí más tiempo estuvieron en Alampundi para el cierre oficial. Anand cuenta brevemente lo que fue para él la vida en Alampundi.

-de Anand

Dentro de unos días hará un mes desde nuestra visita a Alampundi para decir “adiós” a nuestros amigos.
La imagen que me vuelve a menudo de esa despedida es la de las personas que se pusieron de rodillas ante Michel o Shanti para pedirles una bendición o simplemente para besar los pies de nuestros dos hermanos veteranos. Ese gesto me conmovió profundamente y continúa emocionándome hoy. Seguramente ese gesto no vale nada en el mundo occidental y podría parecer incluso chocante, pero aquí tiene un significado muy profundo.
A través de ese gesto, en silencio y con lágrimas en los ojos, se cierra un periodo de 50 años de presencia. Pedir la bendición a nuestros dos viejos hermanos supone dar las gracias por todo lo que se ha vivido aquí en Alampundi y ahora, en la vida que continúa, es pedir la protección divina, la bendición divina.
Claro está, parto con el corazón encogido pero también con alegría y dando gracias…
En Alampundi descubrí personas que tenían otra religión, otra cultura. A lo largo de los días aprendí a conocerles, a respetarles en sus diferencias, a amarles; esta fue verdaderamente una escuela de escucha, una escuela de purificación. Con el contacto con personas tan diferentes aprendí a conocer un poco más a Dios y a Jesucristo, me maravillé de su fe, a menudo me sentí conmovido por su generosidad, por su acogida.
Descubrí también cómo yo también era amado, al igual que todos los hermanos.
Durante 20 años trabajé con disminuidos, compartí la angustia de sus padres, sentí la fuerza de su valor, me maravillé y me transformé con la sonrisa de los niños disminuidos. Me sentí estimulado por los jóvenes que, a pesar de sus límites, tienen alegría y fuerzas para vivir. Muchos tienen incluso proyectos de vida importantes.
Alampundi fue también una escuela de vida fraterna. Viví sobre todo con Shanti y Visu. Y algunos años con Arul y Michel. Aprendí a vivir con hermanos de sensibilidades y formas de percibir las cosas muy diferentes. Estoy convencido que esta vida de fraternidad fue un testimonio de vida para nuestros vecinos y amigos.
Y hoy quisiera sencillamente arrodillarme y recibir la bendición de Dios y también la bendición de todos los que caminaron conmigo durante los 20 años que viví en Alampundi. Y decir un gran “gracias” porque Dios me modeló durante estos 20 años y mis amigos y vecinos me enseñaron también un camino de humanidad.

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